martes, 5 de diciembre de 2017

Viaje al centro de la tierra

    




     Su madre lo dejó en la puerta del colegio, iba como loco por contarle a sus amigos el nuevo sueño que había tenido. 

       Empezó a subir la escalera para llegar a su clase, pero...notó que en vez de subir, bajaba; no podía dejar de bajar, y lo peor era que los escalones que bajaba iban desapareciendo tras de él. Sus piernas no le respondían, era como si una fuerza superior le empujara a seguir bajando, y más...cada vez más, ya no tenía apenas fuerzas para seguir.


      De pronto se acabó la escalera; no había más peldaños. Se encontró delante de una explanada en la que al fondo había como una especie de cubo gigantesco. Se encaminó hacia allí, le temblaban las piernas de tanto bajar escalones. 


      Al llegar a la altura del cubo, éste se abrió...y al entrar vio otro cubo y que al entrar en este otro, le pasó lo mismo que en el primero. Así estuvo entrando en cubos que eran cada vez más pequeños, hasta que llegó a uno que ya no se abrió otro más dentro de él. Pero este no era como los otros; en una de las paredes había un reloj de arena que empezó a funcionar cuando él entró, un cuadro con dos colores y además dos extraños seres, eran dos damas vestidas una de rojo y otra de verde. 


      - Tienes que hacernos a una de las dos sólo una pregunta, pero piensa antes de hacerla y rápido, porque cuando acabe de caer la arena del reloj, el cubo se cerrará y no podrás salir jamás de aquí. 


      - Una de nosotras miente. - dijeron las dos a la vez .


      - Como ves ahí tienes un cuadro, debes pulsar un color para que se pueda abrir la puerta definitiva. 


      Una de ellas decía la mentira y la otra la verdad, pero...¿cómo saberlo?


      ¿Qué color elegir? ¿El verde o el rojo? 


      ¿Acaso era un reto? ¿Había que hacerle una pregunta a una de ellas? ¿Y qué podría preguntarle?¿Había una contraseña para abrir esa puerta? ¿Y si no la abría qué le ocurriría? 

     
     Todas estas preguntas rondaban por la cabeza de Paulo.

     Mientras tanto el reloj de arena seguía su curso y no le quedaba mucho tiempo. Algo tenía que hacer. 


    Tenía dos opciones, pero no podía arriesgarse, debía saber antes de pulsar cual era la la pregunta correcta.


     ¿El rojo o el verde? ¿El verde o el rojo?


     Entonces fue de pronto cuando se le encendió la bombilla en el cerebro y decidió hacerle una pregunta a la dama verde.


     - A ver dama verde, ¿si le preguntara a la dama roja qué botón debo pulsar para que se abra la puerta...cual me diría?


     - Pues te diría el rojo.


     - Entonces ya sé cual debo pulsar...¡¡ El verde !!


     - ¿Y por qué lo sabes?


     . Pues si tú fueses la que dice la verdad, diría que ella al decir el rojo me estaría mintiendo, así que pulsaría el botón contrario; el verde.


     - Si por el contrario fueses tú la que dice la mentira, dirías que ella me señalaría el botón rojo; me estarías mintiendo, con lo cual siempre sería el verde.


     Fue entonces como de esa manera supo qué botón debía pulsar.


     Así lo hizo y se abrió el cubo, dio unos pasos hacia delante y salió de él.


     De nuevo estaba fuera, pero era otra explanada. Al fondo se veía una entrada como especie de cueva. Era lo único que había; debía dirigirse hacia allá. Al entrar vio otras dos entradas, dos huecos, dos cuevas. Se dirigió a una de ellas y entró. Al entrar de nuevo se encontró con cuatro entradas; cuatro cuevas y así estuvo largo rato hasta que llegó un momento que ya no sabía donde estaba. Lo que sí sabía era que estaba perdido dentro de un laberinto de cuevas.


     - ¡Qué cosas más raras me está sucediendo! - se dijo.


     - Primero, los cubos...ahora el laberinto.


     ¿Cómo iba a salir de allí, con tantas cuevas?


     Iba andando por una de ellas cuando de pronto empezó a moverse la tierra donde pisaba y se abrió, dejando ver una gran grieta. Menos mal que había unas cuerdas y se agarró a una de ellas justo cuando el suelo caía. 


     Las fuerzas le estaban fallando, no podía aguantar más. Se decía a sí mismo que tenía que aguantar, porque si no lo hacía caería. Echó un vistazo hacia abajo y se aterrorizó, vio como sus pies estaban colgando encima de... ¡no puede ser!...¡¡ Era lavaaaaa !! Sin saberlo estaba en lo alto de un volcán, y la lava comenzó a subir. 


     Pataleaba para ver si sus pies pisaba algo en la pared, pero no; estaba lisa. 

     La lava no dejaba de subir. 


     Estaba tambaleándose aferrado a la cuerda cuando sintió que alguien le subía.


     ¿Quién podía ser? - se preguntó, como asustado.


     Alguien le zarandeaba y no paraba de hacerlo...


     ¡Vamos Paulo, que ya es hora de que te levantes!


     ¡Era su madre, que lo despertaba del sueño!


     ¿Otro sueño cariño? - le dijo.


     ¡Vamos, arriba...que llegas tarde, luego me lo cuentas.