domingo, 27 de mayo de 2018

Los viajes de Paulo




                                                       Viaje a la Luna







     Había una vez un niño llamado Paulo que de mayor quería ser astrónomo. Todas las noches antes de dormir, se asomaba a la ventana para ver la luna. Se hizo con el rollo del papel higiénico un telescopio con el cual podía verla. 
          
     Una noche vio que le sonreía, hasta llegó a ver cómo la luna le guiñaba un ojo como queriéndole decir: ¡Ven, ven!. 
          
     El niño quedó totalmente asombrado, no podía creer lo que estaba viendo.
          
     Entonces observó que la bicicleta que tenía al lado se movía sola. Se montó en ella y entonces ocurrió...
          
     La ventana estaba abierta y salió volando. Él quería guiarla hacia abajo, hacia tierra firme, pero la bicicleta cada vez cogía más altura, y más, y más...
         
     Y tan alto subió, que llegó a la luna.
          
     Alunizó en lo alto de un cráter del cual salieron dos seres muy extraños, pues tenían cuatro orejas, dos narices y tres ojos cada uno. Estaban parados y flotaban, ninguno de los dos ponían los pies en el suelo.
          
     Al pronto se asustó mucho, pero Mycho y Flavius  lo tranquilizaron hablándole dulcemente. Paulo al principio no entendía nada, poniendo una cara de asombro y de ignorancia. Era un idioma muy raro.
          
     Ellos al darse cuenta de que no se estaba enterando de lo que decían, decidieron traducirlo, al mismo tiempo que hablaban salían de sus orejas una serie de números y letras.
          
     - H0l4,  n0  73n645  m13d0,  n0  73  h4r3m05  d4ñ0 -

     Paulo se quedó con la boca cuadrada, pues ahora sí se estaba enterando de lo que decían, aunque no muy bien.

     - ¿D3  d0nd3   v13n35?  ¿C0m0  73  ll4m45? - preguntaron.

     - V3n60  d3  l4  T13rr4  y  m3  ll4m0  P4ul0 -  ¡Ups!... 

     Se dio cuenta que a él también le salían de las orejas esos números y letras. Pensó que era así como podía comunicarse con ellos.

     - V3n  c0n  n0507r05,  73  3n53ñ4r3m05  nu357r0  h064r.  P3r0  4n735  d3b35  p0n3r73  35705  z4p4705  p4r4  n0  p154r   3l  5u3l0  y   n0  d3j4r  hu3ll45.

     Paulo se puso esos zapatos tan raros y vio que su cuerpo se elevaba unos centímetros del suelo y se fue con ellos. Pensó que así tendría una aventura para luego contar a sus amigos.

     A través de muchos túneles, puentes y caminos estrechos, llegaron a una explanada donde se hallaba una gran ciudad. Ellos la llamaban Selene. Sus habitantes son los selenitas.

     Antes de llegar le preguntaron:

     - ¿Y  7ú,  c0m0  h45  ll364d0  h4574  4qu1?

     ¡ 4nd4,  l4  b1c1cl374 !   51n  3ll4  n0  p0dr3  v0lv3r  4  c454

     - N0  73  pr30cup35,  m4nd4r3m05  4  r3c063rl4.

     Todo lo que veía flotaba, la gente, los edificios, el transporte. Estaba maravillado de ver tantas cosas distintas a las de la Tierra. Sus amigos no se iban a creer nada cuando les contase todo aquello. Les preguntó el porqué todo estaba en el aire y nada tocaba el suelo. Dijeron que si algo tocaba el suelo permanecería la huella para siempre.

     ¡ Cl4r0,  p0r  350  h4y  74n705  46uj4r05  3n  l4  lun4 !

     - 51, l05  cr473r35  30n  1mp4c705  d3  m3730r1705.

     ¡Claro! - pensaba Paulo. Con razón la luna desde la Tierra parece un queso de gruyere. 

     Lo llevaron hasta un observatorio donde ellos podían ver la Tierra desde un potente telescopio. Paulo se puso a mirar y vio la Tierra tan cerca como si estuviera en un helicóptero. 

     ¡¡ 0h ,  v30  m1  c454 !!

     Mycho y Flavius se miraron y sonrieron. 

     Bu3n0 ,  4qu1  713n35  7u  b1c1cl374 ,  pu3d35  1r73  cu4nd0  qu13r45.

     Paulo cogió su bicicleta y se despidió de ellos prometiendo que iría a visitarlos otra vez. Al montarse, su bici empezó a tomar altura, cada vez más y más rumbo a la Tierra.

     La bicicleta parecía que conocía bien el camino, pues casi sin guiar se coló por la ventana de su dormitorio. 

     Como estaba muy cansado, se acostó en su cama y pronto se quedó dormido, estaba agotado. 

     Cuando su mamá lo llamó para que se levantara para ir al colegio, le dijo que había tenido una aventura muy hermosa. Que había ido a la Luna.

     Su madre le dijo que podía haber tenido un sueño.

     Entonces miró que el rollo de papel higiénico estaba en el suelo y la bicicleta en un rincón. 

     Se subió a la bici y vio que no volaba. Pensó que quizás su madre llevara razón, que había sido todo una fantasía, una ilusión.

     Pero, ahora no estaba la luna. ¿Y si...?

     Por la noche volvería a intentarlo.

          








                                                  Viaje al Sol






     Había sido un día muy ajetreado; de mucho trabajo en el colegio y de las actividades que tuvo por la tarde, así que cuando cayó en la cama con la ilusión de que tal vez pudiera volver a ir a la Luna...

     Sintió una ligera brisa que entraba por la ventana y se escuchaba de cerca un pequeño ruido que no paraba.

     Se levantó, encendió la luz y vio en un rincón dos globos, los cuales al darles el aire se entrechocaban entre ellos y hacían ese sonido extraño. Cada uno de ellos tenía un hilo que al final terminaba en una argolla. En el momento que los cogió se reanimaron y fue como si cobrasen vida propia. Y de nuevo se vio volando por la ventana. 

     Esta vez no llevaba la bicicleta mágica, pero llevaba unos globos que hacían el mismo trabajo. 

     Iba subiendo y subiendo...llegó un momento que ya la Tierra ni se veía. Seguía subiendo... a una velocidad extraordinaria. Tal fue la tremenda aceleración que al pronto descubrió que se estaba acercando de nuevo a la Luna. Como quería descansar del viaje tan veloz, quiso reposar en ella, pero no sabía cómo frenar los globos que llevaban una rapidez endiablada. 

     Tenía que pinchar de alguna forma uno de ellos para reducir y poderse detener.

     Entonces se acordó que en la cena su madre le puso pescado y se le quedó una espina entre los dientes, que no pudo quitársela cuando se los lavó antes de ir a la cama. Soltó una mano de las anillas en las que iba sujetado y fue a la caza y captura de aquella espina, rebuscando hasta que la encontró. 

     Alcanzó a pinchar uno de los globos y al momento notó que ya no subía sino que empezaba a bajar poco a poco, hasta que de pronto notó que sus pies pisaban algo. Pero también se dio cuenta que no era la Luna donde se posaba porque iba a una velocidad astronómica.

     ¡Era un asteroide! 

     Intentó agarrarse donde pudo, al hacerlo se le escapó el globo que le quedaba y quiso ir tras él, al hacerlo por poco se suelta de donde estaba. Volvió a colocar la mano que le quedó libre y lo hizo en un hueco distinto al de antes. Tocó algo en esa roca y sintió que algo se movía. Era una puerta secreta que se estaba abriendo. Si no entraba rápido en ella saldría despedido de nuevo al espacio. 

     ¡Y ya no tenía los globos!

     Así que empezó a balancearse y de un gran impulso entró en ella rodando por el suelo. De pronto la puerta se cerró y se encontró en un lugar muy oscuro.

     El asteroide no iba recto sino que daba unos giros tan rápidos que su cuerpo algunas veces estaba en el suelo y otras en la pared. Fue entonces que en una de las veces que tocó la pared, lo hizo en un sitio que de nuevo se abrió otra puerta al fondo. Tal fue la luz que entró que por un momento quedó ciego. 

     ¿Qué pasa aquí? ¿Dónde estoy? ¿Por qué estoy sintiendo cada vez más calor?

     ¡¡Me estoy quemando!!

     Una voz muy potente se escuchó como si fuese un altavoz.

     No temas, no pasa nada...estás en el interior de un asteroide solar y nos estamos acercando al Sol. Entra en una de las habitaciones que tienes a los lados y allí encontrarás trajes protectores, pero hazlo rápido, no tenemos tiempo que perder.

     Fue arrastrándose por el suelo y otras arañando la pared intentando llegar a una de las habitaciones, cada vez sentía más calor, poco a poco notaba que su cuerpo empezaba a echar humo y que su ropa se chamuscaba. 

     Por fin logró alcanzarla cuando apenas le quedaba aire en los pulmones y estaba a punto de desmayarse. Al entrar en la habitación observó que había unas vitrinas con vestiduras especiales para proteger contra el fuego. Rápidamente se colocó uno de esos trajes y se puso el casco y los guantes. 

     Notaba como sus músculos iban creciendo de forma extraordinaria; a pasos agigantados. Su cuerpo se llenó de tal adrenalina que la reacción fue monumental. Podía moverse tan rápido que no era posible verlo a través del ojo humano. Veía imágenes pasar tan velozmente que casi no le daba tiempo a alimentarse de lo que realmente le estaba sucediendo.

     Salió de nuevo a la galería y se dio cuenta que ya no tenía el calor de antes, su ropa ya no abrasaba.

     El asteroide seguía su inevitable camino hacia el Sol.

     Miró a través de la pantalla del casco que le protegía de la radiación y pudo verlo como nunca lo había visto. Tan cerca...

     Casi podía tocarlo con las manos. 

     Entonces ocurrió...

     Sintió que sus pies estaban muy calientes. Quizás las botas no eran las adecuadas o tal vez no se las amarró bien.

     Cada vez se abrasaba más. El traje no lo estaba protegiendo como era su función; ardía...se estaba achicharrando.


     
     El Sol entraba por la ventana del dormitorio y le daba en los pies...

     Su mamá lo despertó, pero él hizo como si no la hubiese oído. Lo llamó de nuevo y poco a poco empezó a abrir los ojos restregándoselos  y refunfuñando.

     ¡Vamos, que tienes que ir al colegio! - le dijo su madre dándole un beso.

     Mami, déjame un ratito más - le contestó Paulo.

     ¡No, que vamos a llegar tarde! 









                          
                         Viaje al centro de la Tierra

     



     Su madre lo dejó en la puerta del colegio, iba como loco por contarle a sus amigos el nuevo sueño que había tenido. 

     Empezó a subir la escalera para llegar a su clase, pero...notó que en vez de subir, bajaba; no podía dejar de bajar, y lo peor era que los escalones que bajaba iban desapareciendo tras de él. Sus piernas no le respondían, era como si una fuerza superior le empujara a seguir bajando, y más...cada vez más, ya no tenía apenas fuerzas para seguir.

   
     De pronto se acabó la escalera; no había más peldaños. Se encontró delante de un patio muy grande en el que al fondo había como una especie de cubo gigantesco. Se encaminó hacia allí, le temblaban las piernas de tanto bajar escalones.


     Al llegar a la altura del cubo, éste se abrió...y al entrar vio otro cubo y que al entrar en este otro, le pasó lo mismo que en el primero. Así estuvo entrando en cubos que eran cada vez más pequeños, hasta que llegó a uno que ya no se abrió otro más dentro de él. Pero este no era como los otros; en una de las paredes había un reloj de arena que empezó a funcionar cuando él entró, un cuadro con dos colores y además dos extraños seres, eran dos damas vestidas una de rojo y otra de verde.

     - Tienes que hacernos a una de las dos sólo una pregunta, pero piensa antes de hacerla y rápido, porque cuando acabe de caer la arena del reloj, el cubo se cerrará y no podrás salir jamás de aquí. 


     - Una de nosotras miente. - dijeron las dos a la vez .


     - Como ves ahí tienes un cuadro, debes pulsar un color para que se pueda abrir la puerta definitiva. 

     Una de ellas decía la mentira y la otra la verdad, pero...¿cómo saberlo?


    ¿Qué color elegir? ¿El verde o el rojo? 


     ¿Acaso era un reto? ¿Había que hacerle una pregunta a una de ellas? ¿Y qué podría preguntarle? ¿Había una contraseña para abrir esa puerta? ¿Y si no la abría qué le ocurriría? 

     
      Todas estas preguntas rondaban por la cabeza de Paulo.

     Mientras tanto el reloj de arena seguía su curso y no le quedaba mucho tiempo. Algo tenía que hacer. 


     Tenía dos opciones, pero no podía arriesgarse, debía saber antes de pulsar cual era la la pregunta correcta.

     ¿El rojo o el verde? ¿El verde o el rojo?

       Entonces fue de pronto cuando se le encendió la bombilla en el cerebro y decidió hacerle una pregunta a la dama verde.


      - A ver dama verde, ¿si le preguntara a la dama roja qué botón debo pulsar para que se abra la puerta...cual me diría?


     - Pues te diría el rojo.

      - Entonces ya sé cual debo pulsar...¡¡ El verde !!

     - ¿Y por qué lo sabes?

      - Pues si tú fueses la que dice la verdad, diría que ella al decir el rojo me estaría mintiendo, así que pulsaría el botón contrario; el verde.


     - Si por el contrario fueses tú la que dice la mentira, dirías que ella me señalaría el botón rojo; me estarías mintiendo, con lo cual siempre sería el verde.

     Fue entonces como de esa manera supo qué botón debía pulsar.


     Así lo hizo y se abrió el cubo, dio unos pasos hacia delante y salió de él.

     De nuevo estaba fuera, pero era otro patio. Al fondo se veía una entrada como especie de cueva. Era lo único que había; debía dirigirse hacia allá. Al entrar vio otras dos entradas, dos huecos, dos cuevas. Se dirigió a una de ellas y entró. Al entrar de nuevo se encontró con cuatro entradas; cuatro cuevas y así estuvo largo rato hasta que llegó un momento que ya no sabía donde estaba. Lo que sí sabía era que estaba perdido dentro de un laberinto de cuevas.


     - ¡Qué cosas más raras me están pasando! - se dijo.

      - Primero, los cubos...ahora el laberinto.


      ¿Cómo iba a salir de allí, con tantas cuevas?


      Iba andando por una de ellas cuando de pronto empezó a moverse la tierra donde pisaba y se abrió, dejando ver una gran grieta. Menos mal que había unas cuerdas y se agarró a una de ellas justo cuando el suelo caía. 


      Las fuerzas le estaban fallando, no podía aguantar más. Se decía a sí mismo que tenía que aguantar, porque si no lo hacía caería. Echó un vistazo hacia abajo y se aterrorizó, vio como sus pies estaban colgando encima de... 


     ¡No puede ser!
     
     ¡Lavaaaaa!

      Sin saberlo estaba en lo alto de un volcán, y la lava comenzó a subir. 

      Pataleaba para ver si sus pies pisaba algo en la pared, pero no; estaba lisa. 


      La lava no dejaba de subir. 


      Estaba tambaleándose aferrado a la cuerda cuando sintió que alguien le subía.


     ¿Quién podía ser? - se preguntó, como asustado.


      Alguien le zarandeaba y no paraba de hacerlo...


     ¡Vamos Paulo, que ya es hora de que te levantes!

      ¡Era su madre, que lo despertaba del sueño!


     ¿Otro sueño cariño? - le dijo.

     Se restregó los ojos y miró a su madre sonriendo.

     ¡Vamos, arriba, que llegas tarde!... luego me lo cuentas.