Era un día como otro cualquiera de otoño. Caía una fina lluvia, pero no hacía frío.
El bosque tenía un color entre rojo, verde, amarillo y naranja. El camino parecía un manto de todos esos colores.
A lo lejos se veían dos puntitos negros y cada vez se acercaban más a un árbol. En una de sus ramas había un saltamontes que no quitaba ojo a los dos puntitos. Veía como se movían, hasta que se convirtieron en dos hormiguitas y que justo al llegar al árbol donde estaba Saltarín - que era como se llamaba el saltamontes - se pararon.
Había un gran charco de agua, que para las hormiguitas era como si fuese un río.
- ¡Por aquí no podemos cruzar, tenemos que dar un rodeo muy, pero que muy grande! - le dijo Espiga a Ortiga, que así se llamaban las hormiguitas.
Saltarín que lo estaba oyendo todo, bajó del árbol de un salto y les dijo:
- ¡Hola! Me llamo Saltarín...¿Queréis que os lleve al otro lado?
- ¡Siiiiiiiiiiii! - respondieron las dos al mismo tiempo.
- Pues subiros a mi cabeza y agarraos bien fuerte, que voy a dar un salto enorme para cruzar a la otra orilla.
El salto que dio fue tan espectacular, que no solamente cruzó el charco, sino que también llegó a un montículo de arena que estaba cerca, y de allí dio otro salto más, que llegó a la cima de una montaña, y desde allí dio otro más grande que llegaron a un arco lleno de flores de colores.
Los tres se quedaron muy sorprendidos de ver tanta belleza y tanto color. Había muchísimas flores, margaritas, campanillas, tulipanes, claveles, rosas...
Y andando, andando por ese puente de colores, a lo lejos vieron un enorme castillo y siguieron caminando hacia él. Había una puerta con dos centinelas. Cuando llegaron a ellos dijeron:
- ¡Hola! ¿Quiénes sois?
- Somos los guardianes del arco iris. ¿Y vosotros quiénes sois?
- Nosotros somos Espiga, Ortiga y Saltarín.
- ¿Y cómo habéis llegado hasta aquí?
- Pues estábamos intentando cruzar un gran charco de agua y Saltarín se ofreció a ayudarnos, nos subimos a su cabeza, fue dando saltos y más saltos, hasta que...llegamos aquí.
- No podemos dejaros entrar sin la contraseña.
- ¿Y cual es? - preguntó Ortiga.
- No os la podemos decir.
- Entonces si no la podéis decir y nosotros no la sabemos...¿Cómo vamos a entrar?
- Pues muy sencillo, habéis venido por un camino lleno de flores, ¿verdad?...pues en una de sus flores hay un papel con una adivinanza.
- Tenéis que buscarlo y encontrar la solución para saber la contraseña.
Emprendieron la marcha otra vez, pero ahora hacia atrás; por donde habían venido, parándose a buscar entre las flores.
Al cabo de un buen rato buscando, fue Espiga la que encontró el papelito.
- ¡¡ Aquí estáaaaaaaaaaaaaa !!
- A ver...¿Qué pone? - dijo Ortiga.
- Pues dice: "Tengo una sombrilla, me buscan por sabrosa, pero atención, tened cuidado que puedo ser venenosa"
- ¡Hummmmmm!...¿Qué podrá ser? - dijo Espiga toda intrigada.
De pronto Saltarín dijo: ¡¡Ya lo tengo!!
- ¿Qué es, qué es? - preguntaron las dos al mismo tiempo.
- Ya la diré cuando llegue el momento. - dijo Saltarín.
Dejando con la intriga a sus amigas, pero estaban todos muy contentos porque ya no tenían que buscar más.
Camino de vuelta al castillo, habiendo encontrado y resuelto la adivinanza, iban cantando y saltando pero... cuando quisieron darse cuenta se habían perdido.
- Ahora parecen las flores más altas y no se ve el camino. - dijo Ortiga.
- Sí, creo que con la lluvia han crecido. - contestó Espiga.
Saltarín - que llevaba a Ortiga y a Espiga en su cabeza - cada vez daba los saltos más grandes para ver más a lo lejos, por si veía el castillo.
Pero, en cada salto que daba se desviaba más del camino...y en uno de los saltos fue tan grande que se salió del puente de flores y cayeron al vacío.
Iban cayendo y cayendo cuando de pronto sintieron que dejaron de caer, y además en un sitio muy blando, lleno de pelos.
Era un abejorro gigante que pasaba por allí, que al sentir el impacto, perdió el equilibrio y empezó a caer en picado.
Saltarín, Espiga y Ortiga se agarraron bien fuerte para no caer de nuevo al vacío.
Cuando Abelardo - que así se llamaba el abejorro - recuperó de nuevo el vuelo, dijo: ¿Qué fue lo que me cayó encima?
- Somos dos hormigas y un saltamontes. ¡Menos mal que pasaste por aquí en el momento oportuno!
¿Pero, qué es ese ruido tan grande? - dijo Ortiga.
Era el zumbido de Abelardo, tan grande que hasta el puente de las flores se tambaleaba.
Cada vez se acercaba más hacia el puente para dejar su carga allí, pero cuanto más cerca estaba, más se movía el puente; parecía que iba a derrumbarse.
Los tres dijeron: ¡Abelardo no te acerques tanto, baja, baja!
Abelardo empezó a volar hacia abajo, hasta que se posó en un campo de trigo.
Saltarín con un gran salto, bajó del abejorro gigante. Espiga y Ortiga iban sordas de tanto zumbido.
- Bueno...dijo Abelardo - me voy que mi familia me está esperando. Hoy nos reunimos en el gran enjambre todos los abejorros del valle.
- ¡Adiós, amigos!
- ¡Adiós Abelardo, y gracias por todo.
Se fue con un zumbido aún mayor que antes.
Espiga, Ortiga y Saltarín se taparon los oídos para no quedar sordos.
- ¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo vamos a subir al puente otra vez? - dijo Espiga.
- ¡Desde aquí abajo se ve muy alto! - dijo Ortiga algo decepcionada.
- Sí, más que un puente, parece un arco. - dijo Espiga asombrada.
Vieron que cerca había un gran árbol y que sus ramas casi llegaban al puente.
A Saltarín se le ocurrió una idea...
- Vamos a trepar por el árbol y cuando lleguemos a la última rama daré un gran salto y así podremos llegar hasta el puente. ¿Qué os parece?
- ¡¡Biennnnnnnnn!! - dijeron las dos hormigas otra vez a la vez.
Y empezaron la aventura hacia el árbol...
De camino hacia él, tropezaron con una piedra, y de ella salió muy enfadado un ciempiés que dijo:
- ¿Quién se atreve a interrumpir mi siesta?
Al verlo tan enojado, saltarín dio un salto a la piedra dejándola atrás.
- ¡Ufff! - ¡Pensé que nos iba a dar un bocado con esas terribles mandíbulas! - dijo Ortiga.
- Menos mal que rápidamente di el salto, porque algunos ciempiés son venenosos - dijo Saltarín.
Siguieron andando hacia el árbol que al principio parecía que estaba más cerca, pero vieron que no era así.
Cuando ya estaban en las raíces para empezar la subida se les acercó un pequeño conejito que les preguntó: ¿Dónde vais por aquí?
- Pues tenemos que subir hasta arriba del árbol. ¿Te vienes con nosotros?
- ¡Ummmm! ¡Ya me gustaría tener una aventura!...pero no puedo. No soy buen trepador y solamente llegaría a pocos metros, además...papá y mamá me estarán buscando y antes que sea de noche tengo que estar en casa.
- ¡Deseo que tengáis suerte con vuestra aventura!
El conejito se alejó dando saltitos y se perdió de vista.
Prosiguieron su lenta caminata hacia arriba...
De pronto recordaron las palabras del conejito, que les dijo que pronto se haría de noche; se dieron un poco de más prisa en subir, pero...el sol ya se escondía tras las montañas que se veían a lo lejos; en poco tiempo quedaría todo más oscuro. Pensaron que lo mejor sería pasar la noche en uno de esos agujeros que había en el árbol. Así lo hicieron, se metieron en el primero que encontraron, pero al entrar notaron algo en el interior, había mucho movimiento.
- ¿Quién se atreve a entrar en nuestra casa sin llamar?
- Perdonadnos, solamente queríamos pasar la noche.
- Somos más de cien larvas de mariposa, como veis con tanto movimiento no se puede dormir nada, además...no cabéis. Así que iros a buscar otro agujero.
Siguieron trepando y trepando hasta que encontraron un hueco grande. Entraron en él y dentro había dos ardillas durmiendo, que al oír el pequeño ruido que hacían, se despertaron y dijeron:
- ¿Qué pasa, qué pasa? ¿Quiénes sois?
- Somos un saltamontes y dos hormigas que nos gustaría pasar la noche aquí si nos dejáis.
Como no vieron peligro alguno, las ardillas aceptaron que pasaran la noche allí.
- Nosotros somos Patilla y Cerilla y podéis quedaros a dormir aquí, pero mañana tenéis que iros porque tenemos visita. Vienen unos primos de muy lejos. Y para festejar su llegada les tenemos preparado un montón de frutos secos que hemos ido recogiendo estos días.
Quedaron dormidos los cinco al momento.
Espiga sintió de pronto un calorcito en una de sus patitas. Era un rayo de sol que estaba entrando en ese momento por el hueco donde ellos dormían. Se levantó y despertó a los demás, que se iban levantando perezosamente, pues estaban algo cansados del día anterior.
Patilla y Cerilla también lo hicieron y se despidieron de los nuevos amigos.
- Adiós, aquí tenéis un refugio para cuando queráis volver de nuevo.
- Gracias, sois muy amables. - contestaron los tres.
Siguieron trepando hasta que llegaron a la última rama del árbol y Saltarín dio un salto tan grande que llegó hasta el arco de las flores. De nuevo estaban otra vez en el camino. Faltaba ya poco para llegar al castillo, cuando vieron que algo se movía. Parecía como una piedra redonda. Era un erizo que al sentir la presencia de ellos, se enrolló para que no le hicieran daño.
- ¡Hola! ¿Quién eres? - le preguntaron con cara de asombro.
Fue entonces cuando el erizo se desenrolló y dijo:
- ¡Hola! Soy un erizo y me llamo Espín. No tengáis miedo por mis púas, sólo las utilizo si me siento amenazado o me atacan. ¿Dónde vais?
- Pues nos dirigimos hacia el castillo que hay al final del arco de las flores.
- ¿Puedo ir con vosotros? ¡Me encantan las aventuras!
- Vale, pero no te acerques mucho Espín, que puedes pincharnos con tus púas.
Ya eran cuatro los personajes que iniciaban de nuevo el camino hacia hacia el país del Arco Iris. Cuando llegaron hasta la puerta, seguían allí los dos centinelas y les volvieron a preguntar:
¿Sabéis ya la contraseña?
- ¡Sí, la sabemos! Bueno...nosotras no, pero nuestro amigo Saltarín sí la sabe - dijeron las hormigas.
- Pues ahora no me acuerdo. - dijo Saltarín.
¿Quién de vosotras guardó el papel con la adivinanza?
- ¡Yo! La tenía enrollada en una de mis patitas. - dijo espiga muy emocionada.
- A ver, vamos a leerlo de nuevo para recordar la respuesta.
"Tengo una gran sombrilla, me buscan por sabrosa, pero atención, tened cuidado que puedo ser venenosa"
- ¡Ya me acuerdo! - dijo Saltarín muy contento.
Es...es...la contraseña es...la contraseña es...¡¡¡La Seta!!!
Los centinelas se miraron uno al otro y dijeron:
- ¡Bien, es correcta, podéis pasar al reino del Arco Iris!
Abrieron la gran puerta y pasaron dentro. Iban con algún temor y mucha emoción, pues no sabían lo que podían encontrarse. Habían oído decir maravillas del país del Arco Iris, pero una cosa era oír y otra muy distinta era verlo.
-¡Oh, qué grande es el castillo! - dijo espín, que tenía ya sus púas preparadas por si llegara el momento de utilizarlas.
- ¡Sí y qué salón más largo! -dijo Ortiga asombrada.
Empezaron a caminar hacia lo que parecía un trono, cuando de repente un grupo de ratones blancos los rodearon y los llevaron hasta donde estaba la princesa. Que era una ratita muy bonita.
Espín estaba muy nervioso. Las púas se le pusieron más grandes.
Saltarín se puso delante de él y le dijo:
- ¡Tranquilízate, vamos a ver qué quieren de nosotros!
Cuando llegaron a dos metros de donde estaba la princesa, los ratoncitos mandaron parar a los visitantes y se pusieron a ambos lados de ellos.
Fue entonces cuando Irina - que así se llamaba la princesa - dijo:
- Bienvenidos al país del Arco Iris. Habéis hecho una larga caminata y seguramente estaréis algo cansados. Reposad un poco y luego más tarde contaremos con vuestra presencia para la comida.. También estarán mi padre el rey Baikor, que como buen lirón que es, se lleva la mayor parte del día durmiendo...y mi madre la reina Aisha, es una marmota y también duerme mucho; me llevo la mayor parte del tiempo sola y aburrida si no fuese por mis ratones, que hacen todo lo posible para que me divierta.
- ¡Pérez, - que era el jefe de los ratoncitos - acompaña a nuestros invitados a sus habitaciones!
Se fueron los cuatro a los aposentos que el ratoncito Pérez les indicó.
Cuando se quedaron solos, Espiga dijo:
- ¿No os parece algo sospechoso tanta amabilidad?
- ¡Anda, no seas tan miedica, que siempre estás pensando en que algo malo va a suceder, tienes que ser positiva! - dijo Ortiga regañándola.
- Vamos a descansar un poco y luego a lavarnos para que nos vean guapos. - dijo Espín.
Después de todo eso ya estaban listos para ir a la comida.
El ratoncito Pérez llamó a la puerta y cuando abrieron, dijo:
- El rey Baikor, la reina Aisha y la princesa Irina os esperan en la gran sala.
Salieron y caminaron detrás del ratoncito por unos pasillos muy largos. A ambos lados de las paredes colgaban candeleros en los que habían muchas velas encendidas, pues en el castillo no había electricidad. Por todas partes que iban andando veían candeleros en las paredes, en los muebles, en las escaleras, colgando en los techos, por todos lados.
Saltarín se dio cuenta que una escolta de ratones les seguían los pasos y lo comentó con sus amigos.
- ¿Veis? - dijo espiga - Os dije que tanta amabilidad era sospechoso.
- ¡Que no pasa nada, sigues siendo una miedica como siempre! - le dijo Ortiga gruñendo.
Los dejaron en presencia del rey Baikor, la reina Aisha y la princesa Irina, que ya estaban sentados en la gran mesa.
- ¡Sentaos y comed con nosotros! - les dijo el rey.
Les habían preparado una suculenta comida. Había ensaladas, quesos, huevos, aceitunas, galletas y mucha fruta.
Cuando ya quedaron más que satisfechos de tanta comida, dieron las gracias y dijeron que tenían que marcharse.
Se despidieron de los reyes y de la princesa y los tres les hicieron un regalo. Y cada uno tenía vida propia.
El rey Baikor les regaló una linterna mágica. La reina Aisha les regaló unos sombreros de colores. Y la princesa Irina les regaló una brújula para que no se perdieran por el camino de vuelta.
Cuando se dirigían a la salida del castillo vieron que seguían allí los mismos centinelas que cuando entraron y les dijeron:
- ¡No podéis pasar sin la contraseña de la salida! - dijeron los centinelas.
- ¿Es la misma que al entrar o es nueva? - dijo Saltarín.
- No, no es la misma; esta es otra contraseña y dice así:
"Te digo y te repito y te vuelvo a contar, por más que te diga, no lo vas a adivinar"
- Es una adivinanza en la que la solución se encuentra en una de las miles de velas que hay en el castillo. Pero recordad una cosa...mientras la vela arda, la solución no se os dará.
Se fueron todos a buscar la vela que contenía la solución a la adivinanza y hasta que no lo resolvieran no saldrían de allí.
- ¿Qué habrán querido decir con eso de que mientras la vela esté ardiendo no sabremos la solución? - dijo Espín.
No lo sabremos hasta que vayamos apagando una a una las velas del castillo y así podamos encontrar alguna solución al enigma. - dijo Saltarín, que parecía el más listo.
- Hay miles de velas y nos llevará muchas horas, días, meses y quizás años para encontrar la contraseña. - dijo Ortiga.
- Pues empecemos cuanto antes y para no perdernos yendo cada uno por un pasillo distinto, creo que lo mejor es que permanezcamos unidos. - propuso Espiga.
Y así lo hicieron, fueron todos juntos por el primer pasillo que encontraron e iban apagando todas las velas que estaban encendidas. Conforme apagaban velas iban dejando el pasillo a oscuras detrás de ellos; cuantos más pasillos recorrían y más velas apagaban, más oscuridad iban dejando atrás.
Ya estaban algo cansados de apagar tantas velas, apenas les quedaban aire en los pulmones para soplar.
Espín tuvo una idea...¡Apartaos! - dijo.
Y empezó a lanzar púas como si fueran dardos, con tan buena puntería que iba apagando las velas. Apagó más de treinta en un momento hasta que se quedó sin púas, pero en ninguna de ellas encontraron la solución.
Se iban quedando cada vez más a oscuras hasta que de pronto...
Vieron un gran resplandor que salía por debajo de una de las puertas. Llegaron a ella y había un letrero que ponía: "Ratoncito Pérez". La abrieron pensando que allí encontrarían muchas velas encendidas. Cual fue su sorpresa que la luz que iluminaba la habitación era por la cantidad de dientecillos diminutos que había, parecían perlas. Cada uno guardó varios, pero cuando salieron de la estancia dejaron de iluminar; ya no tenían ese resplandor y ese color. Ahora tenían en sus manos algo que parecían piedrecitas negras y que se iban desmoronando poco a poco.
Dejaron atrás la habitación mágica y se encaminaron de nuevo por los pasillos para ir apagando velas. Cada vez estaba todo más oscuro y a nadie se le ocurría cual sería la solución a la adivinanza que los centinelas propusieron. Todos coincidían en que era muy difícil.
Siguieron apagando velas y más velas y la solución no llegaba a ninguna de ellas. Ya había recorrido muchas habitaciones y pasillos.
De pronto Espín dio un salto de alegría, había descubierto "La Vela" que cuando la apagó del humo que echaba se podía ver claramente cómo bailaba una "t".
- ¿Cómo no se nos ocurrió antes? - dijo Espín.
Era la solución a la adivinanza.
"Te digo y te repito y te lo vuelvo a contar, por más que te diga, no lo vas a adivinar"
- ¡Pero si estaba clarísimo! - dijo Espiga con cara de sabelotodo.
- ¡Vamos a la salida! - dijo Ortiga feliz.
Pero pronto se dieron cuenta de la realidad, estaba todo el castillo sin luz; a oscuras. Habían apagado casi todas las velas.
- Tenemos la linterna que nos regaló el rey Baikor. - dijo Espín.
En el castillo todo o casi todo era mágico y la linterna también lo era. Solamente tenía un fallo...que duraba un minuto encendida y dos minutos apagada; tendrían que darse prisa cuando estuviese encendida.
La encendieron y recorrieron los pasillos que antes habían andado y que con la linterna ya quedaban de nuevo iluminados. Al minuto justo, se apagó.
- ¡Bah!...La linterna que nos regalaron no nos sirve de mucho. - dijo Saltarín algo enojado.
De nuevo quedaron a oscuras.
- ¡También nos regalaron una brújula! - dijo Espiga.
- ¡Usémosla para que nos indique el camino de salida! - dijo Ortiga.
Pero no sabían tampoco que la brújula también era mágica y que tenía poderes.
¡La brújula hablaba!
Iban a oscuras porque la linterna dejó de funcionar. De pronto se escuchó una voz: ¡¡Frío, frío!!
Se quedaron mudos. ¿Cómo era posible que una brújula hablase?
Pensaron que tal vez si dieran la vuelta hacia atrás...
Tenían que encontrar la puerta de salida pronto, porque si no lo hacían las puertas se cerrarían y tendrían que quedarse allí encerrados. Caminaron un rato en dirección contraria a la que iban y de nuevo la brújula dijo: ¡¡Calentito, calentito!!
A los dos minutos se volvió a encender la linterna.
- ¡Ya funciona, ya está arreglada! - dijo Espín.
Siguieron andando por aquellos pasillos interminables e iban reconociendo algunos cuadros que estaban colgados en las paredes.
Hasta los cuadros eran mágicos. En algunos habían personas que les indicaba por donde tenían que ir para encontrar la salida; les decían: ¡¡Por allí, por allí!!
En uno de los cuadros mágicos estaba pintado el conejito que encontraron antes de subir al árbol, aquel que hubiese querido ir con ellos de aventuras.
De pronto, Tinky - que así se llamaba - cobró vida. Dio un salto y salió del cuadro corriendo hacia ellos.
- ¡Hola amigos! ¡Qué alegría encontraros de nuevo! ¿Puedo ir con vosotros? - dijo Tinky.
- ¿Qué haces aquí? ¿No encontraste a tus padres? - preguntó Espiga.
- Pues no, estuve buscándolos toda la mañana y al final estaba tan cansado que me quedé dormido. Cuando desperté me encontré dentro de este castillo. Unos ratoncitos me habían traído hasta aquí y cuando quise salir, me encontré en la puerta a dos centinelas que me dijeron una adivinanza. Estaba tan aturdido, confuso y temeroso...y como no supe decir la respuesta para la adivinanza de salida, me encerraron en el cuadro. Y es que dicen que a todo aquel que no dice la contraseña correcta lo encierran en los lienzos.
- ¿Y cual es la adivinanza que te pusieron Tinky? - dijo Ortiga intrigada.
- A ver si me acuerdo...¡Ah, sí! Era algo así como:
"Corta y no es cuchillo, afila y no es afilador; él te presta sus servicios para que escribas mejor"
- Pues...no lo veo tan difícil Tinky. - dijo Espiga.
- Es que estaba muy nervioso y solo pensaba en huir. - dijo Tinky más tranquilo.
- ¿Y qué era espiga?
- Pues tu adivinanza era "El Sacapuntas".
- ¡Ohhhhh! ¡Qué fácil!
- Bueno, puedes venir con nosotros, tenemos ya una contraseña para salir. Encontré una vela y con el humo se veía escrita. - dijo Espín.
De nuevo la linterna volvió a apagarse y quedaron a oscuras otra vez. Y de nuevo echaron mano a la brújula para que los orientasen. Cuando iban caminando por un pasillo, dijo la brújula: ¡¡Frío, frío!!
Algunos personajes de los cuadros les decían: ¡Es hacia atrás!
Dieron la vuelta y al rato dijo otra vez la brújula: ¡¡Caliente, caliente!!
- ¡Ya estamos cerca! - dijo Saltarín.
- ¡¡Os vais a quemar, os vais a quemar!! - dijo de pronto la brújula.
Al final del pasillo vieron la puerta donde estaban los centinelas. Fue entonces cuando Espín se puso delante y les dijo a los dos:
- ¡Tenemos ya la contraseña de salida!
- ¿Sabéis entonces la respuesta? ¡Recordad que si la contraseña no es correcta os meterán en los cuadros y no podréis salir! - dijeron los centinelas.
- La contraseña es...¡¡El Té!! - dijeron todos a la vez, menos Tinky, que era el único que no se lo sabía por no estar cuando la descubrieron.
- ¡Podéis salir, es correcta! - dijeron los dos centinelas a la vez.
- ¡¡Biennnnnnnnn!! - dijo Ortiga muy contenta.
- ¡Qué alegría poder ver de nuevo la luz! - dijo Tinky que creía que nunca la volvería a ver.
- Ya no nos hace falta la linterna ni la brújula, porque con el sol es suficiente para ver y orientarnos. - dijo espiga.
- Pero nos la llevaremos por si acaso nos sirven para otra ocasión. dijo Espín.
Emprendieron la marcha hacia el puente de colores y vieron que las flores habían crecido muchísimo, tanto que casi no se veía el cielo. Entonces recordaron que también llevaban unos sombreros cada uno...menos Tinky.
- Nos dijeron que todos los regalos cobrarían vida al usarlos. - dijo Saltarín.
- Qué tendrán de especiales estos sombreros? . dijo Ortiga.
Se pusieron los sombreros y al pronto notaron que se hacían grandes y que se estaban elevando del suelo.
- ¡¡Ehhhhhhh, no me dejéis aquíiiiiii!! - dijo Tinky asustado.
- ¡Agárrate a mis patas Tinky! - dijo Espín que era el más grande.
Tinky iba bien agarrado a las patas de Espín, que era el más fuerte de todos. Cada vez se elevaban más y más del suelo, ya sobrepasaron las flores de colores y subían, subían...
El viento soplaba fuerte y al mismo tiempo que subían iban alejándose cada vez más del Arco Iris.
- ¿Pero donde iremos a parar? - dijo Ortiga asustada.
- Si seguimos subiendo...¿Cómo bajaremos luego? - dijo Espiga.
- ¡Algo tendremos que hacer, no podemos seguir así! - dijo Saltarín.
Espín que tenía bastante trabajo ya con tener agarrado a Tinky sobre sus patas, se le ocurrió una gran idea y dijo:
¡ ¡Ya lo tengo! lanzaré púas sobre los sombreros y les haré algunos agujeros y así irán bajando poco a poco.
Dicho y hecho. Al poco tiempo de lanzar las púas, los sombreros mágicos empezaron a bajar y a bajar. El viento que seguía soplando - pero ya no era tan fuerte como antes - hizo que se desviaran del puente del Arco Iris y bajaban al lado del árbol por donde habían subido.
Patilla y Cerilla al oir tanto alboroto, se asomaron y vieron que eran sus amigos los que bajaban de esa manera tan graciosa. Llamaron a todos los familiares que estaban dentro celebrando la fiesta.
- Pero si son nuestros amigos! ¡¡Ehhh, adióssss, amigossss !!
- ¡Adióssss Patilla, adiósssss Cerilla! - contestaron.
De pronto oyeron un tremendo ruido que procedía cerca de donde ellos iban cayendo.
Era Abelardo que iba acompañado de sus amigos de la colmena.
- ¡¡Zzzzzzzzzzzzzzzz!! ¡¡Adióssss, amigossss!! dijo al pasar.
Llegaron a tierra firme y a Tinky le estaban esperando sus padres que pasaron por allí justo en el momento que miraban hacia arriba y vieron caer a todos.
- ¡Tinky!...¿Dónde te metiste todo este tiempo? ¡Hemos estado buscándote desesperados por todos lados!
- ¡Mamá, papá...qué alegría veros de nuevo!
- Buenos amigos, muchas gracias por todo y que tengáis feliz regreso a casa. - les dijo Tinky, un poco tristón por no poder seguir la aventura con ellos.
Espín también se despidió de ellos, esperando verlos de nuevo. Se enrolló a sí mismo y se fue rodando ladera abajo. Tropezó con una piedra y dio una voltereta en el aire, al mismo tiempo que le daba, vio al ciempiés queriendo atraparlo con sus mandíbulas. Siguió rodando y rodando hasta que quedó parado, se desenrolló y continuó andando.
- Bueno, pues ya solamente quedo yo, así que subiros de nuevo a mi cabeza que voy a saltar el charco para dejaros otra vez en el camino de vuelta por donde empezasteis la aventura. - dijo Saltarín.
Y así lo hizo, se subió a la rama del árbol donde por primera vez vio venir a sus amigas y con lágrimas en los ojos las vio alejarse hasta que fueron dos puntitos negros que se iban perdiendo a lo lejos.
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- ¡Adiós, amigos!
- ¡Adiós Abelardo, y gracias por todo.
Se fue con un zumbido aún mayor que antes.
Espiga, Ortiga y Saltarín se taparon los oídos para no quedar sordos.
- ¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo vamos a subir al puente otra vez? - dijo Espiga.
- ¡Desde aquí abajo se ve muy alto! - dijo Ortiga algo decepcionada.
- Sí, más que un puente, parece un arco. - dijo Espiga asombrada.
Vieron que cerca había un gran árbol y que sus ramas casi llegaban al puente.
A Saltarín se le ocurrió una idea...
- Vamos a trepar por el árbol y cuando lleguemos a la última rama daré un gran salto y así podremos llegar hasta el puente. ¿Qué os parece?
- ¡¡Biennnnnnnnn!! - dijeron las dos hormigas otra vez a la vez.
Y empezaron la aventura hacia el árbol...
De camino hacia él, tropezaron con una piedra, y de ella salió muy enfadado un ciempiés que dijo:
- ¿Quién se atreve a interrumpir mi siesta?
Al verlo tan enojado, saltarín dio un salto a la piedra dejándola atrás.
- ¡Ufff! - ¡Pensé que nos iba a dar un bocado con esas terribles mandíbulas! - dijo Ortiga.
- Menos mal que rápidamente di el salto, porque algunos ciempiés son venenosos - dijo Saltarín.
Siguieron andando hacia el árbol que al principio parecía que estaba más cerca, pero vieron que no era así.
Cuando ya estaban en las raíces para empezar la subida se les acercó un pequeño conejito que les preguntó: ¿Dónde vais por aquí?
- Pues tenemos que subir hasta arriba del árbol. ¿Te vienes con nosotros?
- ¡Ummmm! ¡Ya me gustaría tener una aventura!...pero no puedo. No soy buen trepador y solamente llegaría a pocos metros, además...papá y mamá me estarán buscando y antes que sea de noche tengo que estar en casa.
- ¡Deseo que tengáis suerte con vuestra aventura!
El conejito se alejó dando saltitos y se perdió de vista.
Prosiguieron su lenta caminata hacia arriba...
De pronto recordaron las palabras del conejito, que les dijo que pronto se haría de noche; se dieron un poco de más prisa en subir, pero...el sol ya se escondía tras las montañas que se veían a lo lejos; en poco tiempo quedaría todo más oscuro. Pensaron que lo mejor sería pasar la noche en uno de esos agujeros que había en el árbol. Así lo hicieron, se metieron en el primero que encontraron, pero al entrar notaron algo en el interior, había mucho movimiento.
- ¿Quién se atreve a entrar en nuestra casa sin llamar?
- Perdonadnos, solamente queríamos pasar la noche.
- Somos más de cien larvas de mariposa, como veis con tanto movimiento no se puede dormir nada, además...no cabéis. Así que iros a buscar otro agujero.
Siguieron trepando y trepando hasta que encontraron un hueco grande. Entraron en él y dentro había dos ardillas durmiendo, que al oír el pequeño ruido que hacían, se despertaron y dijeron:
- ¿Qué pasa, qué pasa? ¿Quiénes sois?
- Somos un saltamontes y dos hormigas que nos gustaría pasar la noche aquí si nos dejáis.
Como no vieron peligro alguno, las ardillas aceptaron que pasaran la noche allí.
- Nosotros somos Patilla y Cerilla y podéis quedaros a dormir aquí, pero mañana tenéis que iros porque tenemos visita. Vienen unos primos de muy lejos. Y para festejar su llegada les tenemos preparado un montón de frutos secos que hemos ido recogiendo estos días.
Quedaron dormidos los cinco al momento.
Espiga sintió de pronto un calorcito en una de sus patitas. Era un rayo de sol que estaba entrando en ese momento por el hueco donde ellos dormían. Se levantó y despertó a los demás, que se iban levantando perezosamente, pues estaban algo cansados del día anterior.
Patilla y Cerilla también lo hicieron y se despidieron de los nuevos amigos.
- Adiós, aquí tenéis un refugio para cuando queráis volver de nuevo.
- Gracias, sois muy amables. - contestaron los tres.
Siguieron trepando hasta que llegaron a la última rama del árbol y Saltarín dio un salto tan grande que llegó hasta el arco de las flores. De nuevo estaban otra vez en el camino. Faltaba ya poco para llegar al castillo, cuando vieron que algo se movía. Parecía como una piedra redonda. Era un erizo que al sentir la presencia de ellos, se enrolló para que no le hicieran daño.
- ¡Hola! ¿Quién eres? - le preguntaron con cara de asombro.
Fue entonces cuando el erizo se desenrolló y dijo:
- ¡Hola! Soy un erizo y me llamo Espín. No tengáis miedo por mis púas, sólo las utilizo si me siento amenazado o me atacan. ¿Dónde vais?
- Pues nos dirigimos hacia el castillo que hay al final del arco de las flores.
- ¿Puedo ir con vosotros? ¡Me encantan las aventuras!
- Vale, pero no te acerques mucho Espín, que puedes pincharnos con tus púas.
Ya eran cuatro los personajes que iniciaban de nuevo el camino hacia hacia el país del Arco Iris. Cuando llegaron hasta la puerta, seguían allí los dos centinelas y les volvieron a preguntar:
¿Sabéis ya la contraseña?
- ¡Sí, la sabemos! Bueno...nosotras no, pero nuestro amigo Saltarín sí la sabe - dijeron las hormigas.
- Pues ahora no me acuerdo. - dijo Saltarín.
¿Quién de vosotras guardó el papel con la adivinanza?
- ¡Yo! La tenía enrollada en una de mis patitas. - dijo espiga muy emocionada.
- A ver, vamos a leerlo de nuevo para recordar la respuesta.
"Tengo una gran sombrilla, me buscan por sabrosa, pero atención, tened cuidado que puedo ser venenosa"
- ¡Ya me acuerdo! - dijo Saltarín muy contento.
Es...es...la contraseña es...la contraseña es...¡¡¡La Seta!!!
Los centinelas se miraron uno al otro y dijeron:
- ¡Bien, es correcta, podéis pasar al reino del Arco Iris!
Abrieron la gran puerta y pasaron dentro. Iban con algún temor y mucha emoción, pues no sabían lo que podían encontrarse. Habían oído decir maravillas del país del Arco Iris, pero una cosa era oír y otra muy distinta era verlo.
-¡Oh, qué grande es el castillo! - dijo espín, que tenía ya sus púas preparadas por si llegara el momento de utilizarlas.
- ¡Sí y qué salón más largo! -dijo Ortiga asombrada.
Empezaron a caminar hacia lo que parecía un trono, cuando de repente un grupo de ratones blancos los rodearon y los llevaron hasta donde estaba la princesa. Que era una ratita muy bonita.
Espín estaba muy nervioso. Las púas se le pusieron más grandes.
Saltarín se puso delante de él y le dijo:
- ¡Tranquilízate, vamos a ver qué quieren de nosotros!
Cuando llegaron a dos metros de donde estaba la princesa, los ratoncitos mandaron parar a los visitantes y se pusieron a ambos lados de ellos.
Fue entonces cuando Irina - que así se llamaba la princesa - dijo:
- Bienvenidos al país del Arco Iris. Habéis hecho una larga caminata y seguramente estaréis algo cansados. Reposad un poco y luego más tarde contaremos con vuestra presencia para la comida.. También estarán mi padre el rey Baikor, que como buen lirón que es, se lleva la mayor parte del día durmiendo...y mi madre la reina Aisha, es una marmota y también duerme mucho; me llevo la mayor parte del tiempo sola y aburrida si no fuese por mis ratones, que hacen todo lo posible para que me divierta.
- ¡Pérez, - que era el jefe de los ratoncitos - acompaña a nuestros invitados a sus habitaciones!
Se fueron los cuatro a los aposentos que el ratoncito Pérez les indicó.
Cuando se quedaron solos, Espiga dijo:
- ¿No os parece algo sospechoso tanta amabilidad?
- ¡Anda, no seas tan miedica, que siempre estás pensando en que algo malo va a suceder, tienes que ser positiva! - dijo Ortiga regañándola.
- Vamos a descansar un poco y luego a lavarnos para que nos vean guapos. - dijo Espín.
Después de todo eso ya estaban listos para ir a la comida.
El ratoncito Pérez llamó a la puerta y cuando abrieron, dijo:
- El rey Baikor, la reina Aisha y la princesa Irina os esperan en la gran sala.
Salieron y caminaron detrás del ratoncito por unos pasillos muy largos. A ambos lados de las paredes colgaban candeleros en los que habían muchas velas encendidas, pues en el castillo no había electricidad. Por todas partes que iban andando veían candeleros en las paredes, en los muebles, en las escaleras, colgando en los techos, por todos lados.
Saltarín se dio cuenta que una escolta de ratones les seguían los pasos y lo comentó con sus amigos.
- ¿Veis? - dijo espiga - Os dije que tanta amabilidad era sospechoso.
- ¡Que no pasa nada, sigues siendo una miedica como siempre! - le dijo Ortiga gruñendo.
Los dejaron en presencia del rey Baikor, la reina Aisha y la princesa Irina, que ya estaban sentados en la gran mesa.
- ¡Sentaos y comed con nosotros! - les dijo el rey.
Les habían preparado una suculenta comida. Había ensaladas, quesos, huevos, aceitunas, galletas y mucha fruta.
Cuando ya quedaron más que satisfechos de tanta comida, dieron las gracias y dijeron que tenían que marcharse.
Se despidieron de los reyes y de la princesa y los tres les hicieron un regalo. Y cada uno tenía vida propia.
El rey Baikor les regaló una linterna mágica. La reina Aisha les regaló unos sombreros de colores. Y la princesa Irina les regaló una brújula para que no se perdieran por el camino de vuelta.
Cuando se dirigían a la salida del castillo vieron que seguían allí los mismos centinelas que cuando entraron y les dijeron:
- ¡No podéis pasar sin la contraseña de la salida! - dijeron los centinelas.
- ¿Es la misma que al entrar o es nueva? - dijo Saltarín.
- No, no es la misma; esta es otra contraseña y dice así:
"Te digo y te repito y te vuelvo a contar, por más que te diga, no lo vas a adivinar"
- Es una adivinanza en la que la solución se encuentra en una de las miles de velas que hay en el castillo. Pero recordad una cosa...mientras la vela arda, la solución no se os dará.
Se fueron todos a buscar la vela que contenía la solución a la adivinanza y hasta que no lo resolvieran no saldrían de allí.
- ¿Qué habrán querido decir con eso de que mientras la vela esté ardiendo no sabremos la solución? - dijo Espín.
No lo sabremos hasta que vayamos apagando una a una las velas del castillo y así podamos encontrar alguna solución al enigma. - dijo Saltarín, que parecía el más listo.
- Hay miles de velas y nos llevará muchas horas, días, meses y quizás años para encontrar la contraseña. - dijo Ortiga.
- Pues empecemos cuanto antes y para no perdernos yendo cada uno por un pasillo distinto, creo que lo mejor es que permanezcamos unidos. - propuso Espiga.
Y así lo hicieron, fueron todos juntos por el primer pasillo que encontraron e iban apagando todas las velas que estaban encendidas. Conforme apagaban velas iban dejando el pasillo a oscuras detrás de ellos; cuantos más pasillos recorrían y más velas apagaban, más oscuridad iban dejando atrás.
Ya estaban algo cansados de apagar tantas velas, apenas les quedaban aire en los pulmones para soplar.
Espín tuvo una idea...¡Apartaos! - dijo.
Y empezó a lanzar púas como si fueran dardos, con tan buena puntería que iba apagando las velas. Apagó más de treinta en un momento hasta que se quedó sin púas, pero en ninguna de ellas encontraron la solución.
Se iban quedando cada vez más a oscuras hasta que de pronto...
Vieron un gran resplandor que salía por debajo de una de las puertas. Llegaron a ella y había un letrero que ponía: "Ratoncito Pérez". La abrieron pensando que allí encontrarían muchas velas encendidas. Cual fue su sorpresa que la luz que iluminaba la habitación era por la cantidad de dientecillos diminutos que había, parecían perlas. Cada uno guardó varios, pero cuando salieron de la estancia dejaron de iluminar; ya no tenían ese resplandor y ese color. Ahora tenían en sus manos algo que parecían piedrecitas negras y que se iban desmoronando poco a poco.
Dejaron atrás la habitación mágica y se encaminaron de nuevo por los pasillos para ir apagando velas. Cada vez estaba todo más oscuro y a nadie se le ocurría cual sería la solución a la adivinanza que los centinelas propusieron. Todos coincidían en que era muy difícil.
Siguieron apagando velas y más velas y la solución no llegaba a ninguna de ellas. Ya había recorrido muchas habitaciones y pasillos.
De pronto Espín dio un salto de alegría, había descubierto "La Vela" que cuando la apagó del humo que echaba se podía ver claramente cómo bailaba una "t".
- ¿Cómo no se nos ocurrió antes? - dijo Espín.
Era la solución a la adivinanza.
"Te digo y te repito y te lo vuelvo a contar, por más que te diga, no lo vas a adivinar"
- ¡Pero si estaba clarísimo! - dijo Espiga con cara de sabelotodo.
- ¡Vamos a la salida! - dijo Ortiga feliz.
Pero pronto se dieron cuenta de la realidad, estaba todo el castillo sin luz; a oscuras. Habían apagado casi todas las velas.
- Tenemos la linterna que nos regaló el rey Baikor. - dijo Espín.
En el castillo todo o casi todo era mágico y la linterna también lo era. Solamente tenía un fallo...que duraba un minuto encendida y dos minutos apagada; tendrían que darse prisa cuando estuviese encendida.
La encendieron y recorrieron los pasillos que antes habían andado y que con la linterna ya quedaban de nuevo iluminados. Al minuto justo, se apagó.
- ¡Bah!...La linterna que nos regalaron no nos sirve de mucho. - dijo Saltarín algo enojado.
De nuevo quedaron a oscuras.
- ¡También nos regalaron una brújula! - dijo Espiga.
- ¡Usémosla para que nos indique el camino de salida! - dijo Ortiga.
Pero no sabían tampoco que la brújula también era mágica y que tenía poderes.
¡La brújula hablaba!
Iban a oscuras porque la linterna dejó de funcionar. De pronto se escuchó una voz: ¡¡Frío, frío!!
Se quedaron mudos. ¿Cómo era posible que una brújula hablase?
Pensaron que tal vez si dieran la vuelta hacia atrás...
Tenían que encontrar la puerta de salida pronto, porque si no lo hacían las puertas se cerrarían y tendrían que quedarse allí encerrados. Caminaron un rato en dirección contraria a la que iban y de nuevo la brújula dijo: ¡¡Calentito, calentito!!
A los dos minutos se volvió a encender la linterna.
- ¡Ya funciona, ya está arreglada! - dijo Espín.
Siguieron andando por aquellos pasillos interminables e iban reconociendo algunos cuadros que estaban colgados en las paredes.
Hasta los cuadros eran mágicos. En algunos habían personas que les indicaba por donde tenían que ir para encontrar la salida; les decían: ¡¡Por allí, por allí!!
En uno de los cuadros mágicos estaba pintado el conejito que encontraron antes de subir al árbol, aquel que hubiese querido ir con ellos de aventuras.
De pronto, Tinky - que así se llamaba - cobró vida. Dio un salto y salió del cuadro corriendo hacia ellos.
- ¡Hola amigos! ¡Qué alegría encontraros de nuevo! ¿Puedo ir con vosotros? - dijo Tinky.
- ¿Qué haces aquí? ¿No encontraste a tus padres? - preguntó Espiga.
- Pues no, estuve buscándolos toda la mañana y al final estaba tan cansado que me quedé dormido. Cuando desperté me encontré dentro de este castillo. Unos ratoncitos me habían traído hasta aquí y cuando quise salir, me encontré en la puerta a dos centinelas que me dijeron una adivinanza. Estaba tan aturdido, confuso y temeroso...y como no supe decir la respuesta para la adivinanza de salida, me encerraron en el cuadro. Y es que dicen que a todo aquel que no dice la contraseña correcta lo encierran en los lienzos.
- ¿Y cual es la adivinanza que te pusieron Tinky? - dijo Ortiga intrigada.
- A ver si me acuerdo...¡Ah, sí! Era algo así como:
"Corta y no es cuchillo, afila y no es afilador; él te presta sus servicios para que escribas mejor"
- Pues...no lo veo tan difícil Tinky. - dijo Espiga.
- Es que estaba muy nervioso y solo pensaba en huir. - dijo Tinky más tranquilo.
- ¿Y qué era espiga?
- Pues tu adivinanza era "El Sacapuntas".
- ¡Ohhhhh! ¡Qué fácil!
- Bueno, puedes venir con nosotros, tenemos ya una contraseña para salir. Encontré una vela y con el humo se veía escrita. - dijo Espín.
De nuevo la linterna volvió a apagarse y quedaron a oscuras otra vez. Y de nuevo echaron mano a la brújula para que los orientasen. Cuando iban caminando por un pasillo, dijo la brújula: ¡¡Frío, frío!!
Algunos personajes de los cuadros les decían: ¡Es hacia atrás!
Dieron la vuelta y al rato dijo otra vez la brújula: ¡¡Caliente, caliente!!
- ¡Ya estamos cerca! - dijo Saltarín.
- ¡¡Os vais a quemar, os vais a quemar!! - dijo de pronto la brújula.
Al final del pasillo vieron la puerta donde estaban los centinelas. Fue entonces cuando Espín se puso delante y les dijo a los dos:
- ¡Tenemos ya la contraseña de salida!
- ¿Sabéis entonces la respuesta? ¡Recordad que si la contraseña no es correcta os meterán en los cuadros y no podréis salir! - dijeron los centinelas.
- La contraseña es...¡¡El Té!! - dijeron todos a la vez, menos Tinky, que era el único que no se lo sabía por no estar cuando la descubrieron.
- ¡Podéis salir, es correcta! - dijeron los dos centinelas a la vez.
- ¡¡Biennnnnnnnn!! - dijo Ortiga muy contenta.
- ¡Qué alegría poder ver de nuevo la luz! - dijo Tinky que creía que nunca la volvería a ver.
- Ya no nos hace falta la linterna ni la brújula, porque con el sol es suficiente para ver y orientarnos. - dijo espiga.
- Pero nos la llevaremos por si acaso nos sirven para otra ocasión. dijo Espín.
Emprendieron la marcha hacia el puente de colores y vieron que las flores habían crecido muchísimo, tanto que casi no se veía el cielo. Entonces recordaron que también llevaban unos sombreros cada uno...menos Tinky.
- Nos dijeron que todos los regalos cobrarían vida al usarlos. - dijo Saltarín.
- Qué tendrán de especiales estos sombreros? . dijo Ortiga.
Se pusieron los sombreros y al pronto notaron que se hacían grandes y que se estaban elevando del suelo.
- ¡¡Ehhhhhhh, no me dejéis aquíiiiiii!! - dijo Tinky asustado.
- ¡Agárrate a mis patas Tinky! - dijo Espín que era el más grande.
Tinky iba bien agarrado a las patas de Espín, que era el más fuerte de todos. Cada vez se elevaban más y más del suelo, ya sobrepasaron las flores de colores y subían, subían...
El viento soplaba fuerte y al mismo tiempo que subían iban alejándose cada vez más del Arco Iris.
- ¿Pero donde iremos a parar? - dijo Ortiga asustada.
- Si seguimos subiendo...¿Cómo bajaremos luego? - dijo Espiga.
- ¡Algo tendremos que hacer, no podemos seguir así! - dijo Saltarín.
Espín que tenía bastante trabajo ya con tener agarrado a Tinky sobre sus patas, se le ocurrió una gran idea y dijo:
¡ ¡Ya lo tengo! lanzaré púas sobre los sombreros y les haré algunos agujeros y así irán bajando poco a poco.
Dicho y hecho. Al poco tiempo de lanzar las púas, los sombreros mágicos empezaron a bajar y a bajar. El viento que seguía soplando - pero ya no era tan fuerte como antes - hizo que se desviaran del puente del Arco Iris y bajaban al lado del árbol por donde habían subido.
Patilla y Cerilla al oir tanto alboroto, se asomaron y vieron que eran sus amigos los que bajaban de esa manera tan graciosa. Llamaron a todos los familiares que estaban dentro celebrando la fiesta.
- Pero si son nuestros amigos! ¡¡Ehhh, adióssss, amigossss !!
- ¡Adióssss Patilla, adiósssss Cerilla! - contestaron.
De pronto oyeron un tremendo ruido que procedía cerca de donde ellos iban cayendo.
Era Abelardo que iba acompañado de sus amigos de la colmena.
- ¡¡Zzzzzzzzzzzzzzzz!! ¡¡Adióssss, amigossss!! dijo al pasar.
Llegaron a tierra firme y a Tinky le estaban esperando sus padres que pasaron por allí justo en el momento que miraban hacia arriba y vieron caer a todos.
- ¡Tinky!...¿Dónde te metiste todo este tiempo? ¡Hemos estado buscándote desesperados por todos lados!
- ¡Mamá, papá...qué alegría veros de nuevo!
- Buenos amigos, muchas gracias por todo y que tengáis feliz regreso a casa. - les dijo Tinky, un poco tristón por no poder seguir la aventura con ellos.
Espín también se despidió de ellos, esperando verlos de nuevo. Se enrolló a sí mismo y se fue rodando ladera abajo. Tropezó con una piedra y dio una voltereta en el aire, al mismo tiempo que le daba, vio al ciempiés queriendo atraparlo con sus mandíbulas. Siguió rodando y rodando hasta que quedó parado, se desenrolló y continuó andando.
- Bueno, pues ya solamente quedo yo, así que subiros de nuevo a mi cabeza que voy a saltar el charco para dejaros otra vez en el camino de vuelta por donde empezasteis la aventura. - dijo Saltarín.
Y así lo hizo, se subió a la rama del árbol donde por primera vez vio venir a sus amigas y con lágrimas en los ojos las vio alejarse hasta que fueron dos puntitos negros que se iban perdiendo a lo lejos.
F i n
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