La cama de los cuentos 3
Espiga y Ortiga llegaron por fin a su casa, después de tener una aventura fantástica.
Sus padres las recibieron con gran alegría y se llevaron su rapapolvo correspondiente, aunque no fueron muy duros con ellas.
Su hogar estaba en el corazón del bosque era el gran hormiguero Ámbar, al pie de un viejo roble. donde los tallos del trigo murmuraban secretos al viento. tan grande que parecía una ciudad subterránea
Allí, miles de hormigas trabajaban con disciplina, unas cuidaban las larvas, otras eran exploradoras. Todas iban y venían organizadamente como si fuese un desfile militar, formando hileras y dejando un rastro que ellas mismas dejaban para poder volver. Iban cargadas de semillas y algunas migas de pan que algunas personas dejaban de sus excursiones campestres.
Todas trabajaban menos Ortiga y Espiga que miraban el horizonte con ojos brillantes, les gustaba mirar las estrellas. Eran dos amigas diferentes: mientras todas seguían los mismos caminos, ellas soñaban con lo desconocido. Les gustaba la aventura, ya habían tenido alguna y se lo pasaron maravillosamente.
Ortiga era atrevida y curiosa. Mientras que espiga era prudente y cuidadosa. Aún así, se querían como hermanas. Ortiga solía decir que espiga le enseñaba a pensar antes de actuar, y Espiga reconocía que gracias a Ortiga había vivido aventuras que jamás se habría atrevido a intentar sola.
Echaban de menos no tener otra.
Sus padres las habían regañado por ser tan osadas, por alejarse tanto del hogar. Pero no por ello se iban a desanimar y ya estaban pensando en tener otra aventura.
Tendrían que buscar el momento propicio para esa escapada.
Y no tardó mucho en ocurrir.
Cada mañana, cuando el sol encendía las hojas con su primer fulgor, ambas partían hacia la pradera.
Aquella mañana de verano, el aire olía a flores recién abiertas y a pan recién horneado, un aroma que llegaba desde las casas humanas, no muy lejos del bosque. Las hormigas se dispersaron en busca de provisiones.
Espiga trazaba líneas rectas, contaba granos, pesaba hojas. Ortiga , en cambio se distraía con el vuelo de una mariposa. Espiga le decía: - cada minuto perdido es un grano menos para el invierno.
El invierno aunque lejano, ya comenzaba a murmurar en el viento. Espiga avanzaba con paso constante, cargando un trozo de semilla que apenas podía sostener. Ortiga, detrás, silbaba una melodía sin saber de dónde la había aprendido.
Ortiga estaba jugando con una ramita, y jugando, jugando, se encontraron entre la corteza de un tronco un papel arrugado. Mostraba un dibujo sencillo: una estrella, una flecha y un círculo junto a un rio.
- ¡Es un mapa! - exclamó Espiga con las antenas temblando de la emoción.
- Pero ese rio está muy lejos, dicen que está más allá de la montaña -
Ortiga la miró con cautela, aunque en el fondo sonreía.
- Entonces habrá habrá que partir lo antes posible, que ahora es otoño y si tardamos mucho nos cogerá el invierno y con él el frío y la nieve que sería lo peor, puesto que no nos orientaríamos bien y no encontraríamos el camino de vuelta.
Volvieron al hormiguero, pensando en salir al día siguiente puesto que ya era tarde y pronto anochecería.
El comienzo del viaje.
Partieron al amanecer. El sol empezaba a vislumbrarse a través de los árboles. El bosque estaba cubierto de rocío y cada gota brillaba como un diamante.
Estaban radiantes de felicidad de poder tener otra nueva aventura.
Pasaron junto a flores, raíces y piedras, saludando a los insectos amigos.
-¡Buenos días Zuri!- saludó Espiga a una abeja que recolectaba polen.
-¿Adónde vais tan temprano?- zumbó Zuri.
-Tenemos un mapa y vamos a ir a ver qué encontramos- dijo Ortiga.
La abeja frunció las alas.
-Tened cuidado que el bosque guarda muchos secretos ocultos-
Espiga sonrió sin miedo y Ortiga tragó saliva.
Siguieron caminando y se toparon con un gran tronco caído. Para ellas era un obstáculo, pero no obstante no se arrugaron ante tal impedimento, era una de las muchas dificultades que se encontrarían en el viaje.
El tronco estaba algo resbaladizo por culpa del rocío caído.
Empezaron a subir y a cuando llevaban la mitad del recorrido, se resbalaron y volvieron a tierra. Entonces Espiga tuvo una idea:
-¡Voy a subirme encima tuya y así podré llegar arriba!-
Cuando llegó le dijo Espiga a Ortiga:
-¡Agárrate a una de mis patas y así subirás!-
Después de cruzar el tronco caído, el aire se volvió más húmedo y frío.
Todo parecía más grande: las hojas eran como montañas y las sombras parecían moverse.
Ortiga se alejaba demasiado, se desviaba de la dirección que tenía que tomar, se detuvo observando el vuelo de una mariposa.
- Apresúrate - le dijo Espiga - Si llueve antes de que volvamos, el sendero se borrará y no encontraremos el camino.
- Un momento - respondió Ortiga - ¡Mira, algo brilla entre esas raíces!
Espiga gira la cabeza, pero no vio más que la sombra del bosque.
- Nada que brilla sin razón trae buen destino - murmuró.
- ¡Ven ortiga!
Pero ella ya se había alejado.
El brillo provenía de una gota de miel derramada de un panal que los pájaros habían roto al picotear. Era tan grande y dorada que reflejaba el cielo entero en su superficie. Ortiga fascinada se acercó. La miel tenía el aroma del sol, y su dulzura parecía prometerle algo más que alimento: una aventura, quizás un secreto.
Sin pensarlo, posó una pata sobre la gota.
El suelo cedió bajo ella, y en un instante, quedó atrapada. Cuanto más se movía, más se hundía, hasta que su propio reflejo, distorsionado en el ámbar líquido, le devolvió la mirada temerosa.
Espiga, al notar su ausencia, dejó su carga y retrocedió por el sendero. Lo encontró luchando, cubierta de miel hasta las antenas. Sin decir palabra, comenzó a trabajar. Cortó hojas secas, trajo ramitas, y con paciencia infinita fue rescatándola del dulce pantano.
-¿Por qué corres hacia lo incierto?, Ortiga? - le preguntó, mientras limpiaba sus patas pegajosas.
Ella bajó la cabeza.
-Porque el mundo es tan grande...y yo tan pequeña. Quiero conocerlo todo antes de que la lluvia borre los caminos.
Espiga sonrió con una ternura cansada.
- El mundo no se conoce corriendo tras los brillos, sino observando con calma lo que ya está ante tus ojos.
De repente, oyeron fuerte:
-!Crac-crac-crac¡-
Entre los matorrales apareció un enorme escarabajo rinoceronte. Su cuerno brillaba como el metal.
-¿Quién anda ahí?- tronó el escarabajo.
-Somos del hormiguero Ámbar. Solo estamos explorando- dijo Espiga con voz firme.
-Nadie pasa sin ofrecer algo al guardián del paso- gruño el escarabajo.
Ortiga tembló, pero Espiga pensó rápido. Sacó una gotita de miel que le quitó a Ortiga mientras la limpiaba.
- Esto es para ti, guardián. Dulce y brillante como tu cuerno.
El escarabajo olfateó la miel, la probó y, satisfecho, movió su cuerno.
- Podéis pasar. Pero recuerden: el bosque observa a los que toman más de lo que dan.
Y así, siguieron su camino.
A las tres horas de marcha, el bosque se abrió en un claro. Vieron la mitad de una gran bellota rota con un hueco, ahí se metieron para pasar la noche.
Estaban muy cansadas y ya empezaba a anochecer. Perdieron mucho tiempo en cruzar el tronco caído. Y también con los encuentros que tuvieron con Zuri y el escarabajo, hicieron que se retrasara y por consiguiente frenaron el viaje.
Se despertaron porque cerca de ellas, un colibrí revoloteaba moviendo sus alas como un helicóptero, tan fuerte las movían que el viento que producían arrastró la cáscara de la bellota y con ella a nuestras amigas, que tuvieron que sujetarse fuertemente a un tallo, riendo nerviosas entre el miedo y la emoción.
La hierba era como un bosque de torres verdes que se movían con el viento.
Cada obstáculo las unía más, y cuanto más avanzaban, más descubrían que su valor era mayor de lo que jamás habían creído.
Por fin, después de muchas dificultades y tropiezos llegaron a su destino.
Al llegar al rio lo primero que vieron por casualidad fue la estrella. Pero no una estrella normal, de esas que se ven en el cielo por la noche. Era una hoja que tenía cinco puntas. y a su lado había unas piedrecitas que formaban una flecha indicando la otra orilla del rio.
-¡Ya tenemos dos de los tres enigmas del dibujo que encontramos!- dijo Espiga.
La transportaron hasta el agua y se subieron en ella y remaron con unas ramitas. A mitad del camino se levantó un viento muy fuerte, el agua hizo un remolino, la hoja parecía que se iba a hundir, soltaron las ramitas y se agarraron una a la otra fuertemente, entonces el agua empezó a ir tan rápida que parecía que iban a caer por una cascada, entonces sucedió que la hoja tropezó con una pequeña roca que salía del agua y fueron catapultadas hasta alcanzar la otra orilla.
Iban caminando, una vez que ya estaban otra vez en tierra firme, cuando a lo lejos vieron como un gran aro.
-¡El círculo! - dijo ortiga entusiasmada y nerviosa.
Era un vaso de plástico que algún humano tiró.
Exploraron el lugar y encontraron algunas migas de pan y...
Ortiga alzó las antenas y olfateó el aire.
-¿Hueles eso?- preguntó emocionada.
- Huele a dulce...- respondió Espiga -
-¡El tesorooooooooooooooo!- gritaron las dos al mismo tiempo.
Una montaña de azúcar blanco. Seguramente se le había caído a algún humano que estuvo por allí de merienda.
Los granos brillaban como diamantes.
Lamieron un poco, pasaron horas cortando pequeños trozos y luego comenzaron a cargar todo lo que pudieron en sus espaldas. Pero el sol ya estaba bajando, y el rio debía cruzarse otra vez antes de que anocheciera.
-¡Con esto el hormiguero tendrá comida para todo el invierno!- Exclamo Ortiga.
-Tenemos que decirles dónde está el tesoro, para que vengan - Dijo Espiga.
Cruzaron el rio, esta vez sin dificultad alguna.
Ortiga se volvió y miró por donde encontraron el tesoro. A lo lejos se veía bajo el sol, el brillo del azúcar. Cada paso requería equilibrio para no soltar la carga. Un viento fuerte soplaba desde el oeste levantando polvo.
A lo lejos se escuchaban truenos.
- Se avecina una tormenta - dijo Ortiga
- Entonces debemos apresurarnos - respondió Espiga.
De pronto, una gota cayó del cielo, enorme como una piedra líquida. Luego otra, y otra. En cuestión de minutos, el camino se convirtió en un campo de charcos.
Las dos hormigas corrieron, esquivando corrientes de agua que podían arrastrarlas.
Espiga resbaló y su trozo de azúcar cayó al barro.
-¡No lo dejes!- gritó Ortiga intentando alcanzarla.
-¡Déjalo!- respondió Espiga.
Pero espiga volvió, empujó el grano junto a su amiga y, entre ambas, lograron subirlo a una piedra seca.
Cuando por fin consiguieron trepar a la piedra, estaban empapadas, exhaustas, pero felices porque no habían perdido esa carga.
Siguieron el viaje, hablando y riéndose de lo que les había sucedido.
Por el camino encontraron unas enormes huellas de zapatos, señal que el hombre estuvo por ahí.
De pronto vieron unas sombras de pájaros que pasaban volando.
Esperaron escondidas bajo una hoja para no ser vistas. Cuando todo pareció tranquilo, Espiga susurró:
-¡Ahora!-
Ambas corrieron tan rápido como pudieron, con la carga que llevaban no podían hacerlo tan ágil como de costumbre.
De pronto, una sombra gigantesca cayó sobre ellas.
Un zapato humano descendió como un meteorito.
Ortiga gritó:
-¡Nos van a aplastar!-
Pero espiga la empujó hacia un pequeño hueco entre dos piedras, antes que las aplastara. Un trozo de polvo las cubrió. Esperaron allí, conteniendo la respiración, hasta que todo volvió a la calma.
-¿Ves?- dijo espiga sonriendo -. Solo había que tener paciencia.
Ortiga la miró con los ojos muy abiertos, pero no pudo evitar reírse.
-Eres una loca, pero una loca valiente - le dijo.
Tenemos que seguir - dijo Espiga preocupada - No podemos quedarnos aquí, iremos despacio y solo si el camino está despejado, iremos rápidas.
- Tienes razón - respondió Ortiga -, pero mira todo lo que hemos conseguido.
El regreso fue igual de peligroso, pero esta vez sabían cuándo esperar y cuándo correr. Se movieron con agilidad y silencio, ayudándose la una a la otra, hasta llegar al hormiguero justo antes de que cayera la noche.
Cuando las demás hormigas vieron el azúcar, no podían creerlo.
-¿De dónde lo habéis sacado?- preguntó la reina.
- De un lugar peligroso - contestó Ortiga.
Las dos amigas fueron felicitadas y desde ese día, la colonia entera aprendió una gran lección:
El valor y la prudencia son más fuertes cuando caminan juntas.
Continuará...o no.